Por la ventana la ciudad resplandece.
Ese viento cálido de verano golpea mi cara y me despeina sin pudor. Nada me importa.
Mis ojos absorben las luces de las farolas, la noche de Buenos Aires despertando una vez mas.
Resulta hipnotizante.
Una procesión de gente, autos, cafés, todo resulta encantador, tan naturalmente perfecta y sin saberlo.
Demasiada gente.
Abarrotada en las esquinas, esquivándose en las veredas, atrapada en sus autos.
Y sin embargo por la noche todo tiene esa atracción misteriosa y ese no se que inexplicable.
El colectivo avanza rápido pero llego a distinguir a dos mujeres cruzando la esquina. Una pareja besándose en la parada del colectivo y un perro ladrando sin parar.
De repente noto el peso de la inmensidad en la que me encuentro. ¿Cuántas historias escondidas esperando a que alguien las descubra? Y quizás, nunca nadie lo haga.
Todos los secretos, las dudas. Tanta gente en silencio, desconocidos que se miran sin mirarse, piden permiso para pasar y perdón al chocarse.
Siento que me estoy perdiendo algo.
Llego a mi parada, toco el timbre y me bajo. Mi casa me devuelve a mi realidad. A mi vida propia, esa que es tan solo mía y que transcurre en mi cabeza, tanto en recuerdos como en ilusiones.
Pero hoy vuelvo a mirar por la ventana de mi aula. Me apoyo en el borde, sacando la cabeza para afuera.
Todavía siento los murmullos, los gritos, las risas de los chicos en el aula. Un pedacito de mi vida.
Pero también escucho el motor de los autos y la sincronización de la marcha sobre Avenida Libertador. No es solo eso.
Mis oídos pueden elegir en que enfocarse, pero mis ojos se inundan con los colores, la velocidad, los arboles. Una cancha de futbol a lo lejos y casas, casas y mas casas.
De repente lo entiendo todo. Mi obsesión con mezclarme con las masas, con despegarme de mi vida propia y sumergirme en el paisaje abstracto.
Resulta mas fácil disminuir nuestros problemas cuando somos parte de un todo.
En esta ciudad, en este mundo, soy parte de un todo. La inmensidad del conjunto arrasa con mi individualidad sin dejar rastro alguno.
Y uno entiende finalmente que nuestros problemas dejan de tener tanta importancia. Pasan a un segundo plano, o hasta a un tercero.
La energía se comparte y ya no estamos solos. Nuestros lazos se hacen visibles, nuestra condición de seres humanos nos ata los unos a los otros inevitablemente.
Uno mas uno mas uno no es lo mismo que tres. Ser parte del tres me hace sentir mas fuerte.
Porque cuanto mas ajustamos el microscopio, mas preocupante resultan ser las fallas. Ma es la desesperación y la angustia que nos invade.
Y si solo miro por la ventana, consgio seguir siendo parte de algo tan poco y muy perfecto.
Consigo dejar de lado todo aquello que perturba mi cabeza, dejarme llevar y vagar mi mirada entre los autos, las nubes y las casas.
Y en mi mente, todo parece volverse blanco por al menos un momento. Todo parece achicarse y vovlerse irrelevante.
Y por al menos un ratito todo lo que hasta hace un segundo parecía a punto de volverme loca, se contrae, se vuelve un punto tan pero tan diminuto que a simple vista, no se logra ver.